Así superé mi miedo a la libertad (cópiame).

La mayoría de las personas no quieren ser libres.  Dicen que sí, pero ni siquiera lo intentan.

La libertad de verdad asusta. Es jodidamente incómoda. Es brutalmente cruda.

Porque ser libre implica una cosa que la mayoría no quiere asumir: 

La absoluta responsabilidad ante todo lo que te pasa.

Hoy te explicaré cómo trascendí mi miedo a la libertad y conseguí desapegarme de ese negocio que una vez juré defender para siempre

Pero antes, déjame recordarte que este jueves cumplí 41 y lancé mi podcast personal.

Un podcast crudo, grabado desde la calle, directamente con el móvil.

Sin edición, sin sintonías, efectos de sonido ni cutreces que alimentan el ego y nada el corazón.

Un podcast informal y directo, de mi mente a tu mente.

Sin periodicidad, sin duración y sin temática definidas. Sin estrategia más allá que una idea inicial, primaria y embrionaria.

Que solo eres libre cuándo puedes decidir.

Se llama “Libre para decidir” y puedes escuchar el primer episodio aquí.

(Muchas gracias a los montones de personas que me escribieron aprovechando la ocasión).

Ok, ¿sabes lo que pasa con esto de la libertad?’

Pues que cuando eres libre no tienes a quién culpar.

No puedes señalar al sistema, ni al gobierno, ni a los impuestos.

Tampoco a tu jefe psicópata, ni al cliente tóxico que no te deja vivir. 

Y ni mucho menos puedes usar tu negocio como excusa.

Todo depende de ti. Ab-so-lu-ta-men-te-to-do. Tanto, que miras hacia atrás y no hay nadie.

Y eso da miedo.

Por eso, durante años tuve un negocio que funcionaba, que crecía, que tenía reconocimiento.

Desde fuera, parecía que lo tenía todo: libertad financiera, autoridad, validación social.

Pero había algo que me carcomía por dentro.

Sabía que no era libre.

Sí, no tenía jefe, elegía cuándo trabajar y desde dónde hacerlo, pero en el fondo de mi sabía que no era para nada libre.

Era prisionero. Prisionero de mis propios números, de mi ego y de mi necesidad constante de hacer más, de crecer más, de demostrar más.

Pero lo más jodido es que, en el fondo de mi, también sabía lo que quería hacer.

Sabía que quería soltar, dejar el negocio, quemar los barcos, empezar de cero.

Lo sentía cada vez que me levantaba por la mañana. Lo veía en el espejo.

Pero no tenía huevos de hacerlo.

¿Por qué?

Pues porque soltar significaba aceptar que no habría excusas.

Que si fallaba, sería 100% mi responsabilidad.

Que si no era feliz, no podría echarle la culpa al negocio, al mercado, a nada ni a nadie.

Porque cuándo tienes un negocio rentable, soltarlo suena a locura.

Pero a veces, el mayor acto de valentía no es seguir, sino parar.

Y no estaba preparado para eso.

¿Sabes lo que voy descubriendo en todo este proceso que comparto cada semana en la newsletter y, ahora también, en el podcast?

Que la mayoría ahí afuera no teme fracasar.

Temen hacerse responsables de lo que hacen con sus vidas.

Es mucho más fácil culpar al jefe que te putea, a la pareja que no te escucha, al cliente que te agobia o al negocio que “no te deja parar”.

Es mucho más cómodo seguir atado a algo que funciona y convencerte de que eso es libertad.

Libertad mis cojones.

¿Sabes lo que es libertad?

Libertad es mirar al mundo y decir: “esto es lo que quiero y asumo 100% las consecuencias”.

Y eso es jodidamente complicado.

Yo tardé años en verlo, porque tenía la creencia de que mi negocio era la clave de mi libertad.

Qué mentira más grande me estaba contando jajajaj

No me daba cuenta de que era un puto prisionero del éxito que había construido.

¿Facturación? Bien.

¿Reconocimiento? Perfecto.

¿Autoridad? Cojonudo.

¿Libertad? Cero.

Porque no puedes llamarte libre cuándo eres un puto necesitado.

Un puto yonki, necesitado de que mi negocio funcionara, que creciera, que me diera validación.

Hasta que me di cuenta de que no podía más.

Sentía una incongruencia interna tan grande que no pude hacerle gosting más.

Entonces, tomamos (digo tomamos porque esta decisión, naturalmente, fue de dos) la mejor decisión que jamás pudimos haber tomado:

Soltar.

Cuándo finalmente lo hice, sentí como algo dentro de mi cambiaba.

Por primera vez en mucho tiempo, me sentí ligero.

Entendí que la libertad no es un destino en si mismo, sino que es un camino.

Ojo, no es cómoda. No es fácil. Ni mucho menos es para todos.

La libertad significa aceptar que todo lo que pasa en tu vida es tu responsabilidad.

Insisto, todo lo que pasa en tu vida.

—Oh, es que me pasó XXX y eso está fuera de mi control.

Lo que te pasó sí, pero como actúas frente a eso no, monstruo.

Por eso afirmo tajantemente que si algo no te hace feliz, no puedes echarle la culpa a nadie.

Y eso aplica a todo. Al negocio que operas, a la pareja que elegiste, al país dónde decides pagar impuestos y hasta a la familia que te tocó.

Si no tomas las decisiones que sabes que tienes que tomar, es tu responsabilidad.

Y eso, para la mayoría, es inaceptable.

Por eso, la mayoría no será libre jamás.

Porque es más fácil quejarse de la jaula que atreverse a abrir la puerta.

En fin, que soltar mi negocio fue mi forma de abrir la puerta.

Y, aunque asusta, merece la pena.

Porque al otro lado, encontré algo que nunca antes había tenido:

Espacio para decidir qué quiero hacer, cómo quiero vivir y por qué.

Y, sobre todo, la tranquilidad de saber que, pase lo que pase, estoy bien.

Porque la libertad es no tener nada a lo que culpar y aun así estar en paz.

Solo eres libre cuándo puedes decidir. Y aquí verás cómo hacerlo.

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