Más de uno a quien le conté que iba a soltar el negocio me dijo que si me había fumado algo.
El negocio que tanta vida me había costado,
El negocio que todo me lo había dado.
El negocio por el que todos me conocían.
El negocio por el que tantos me odiaban.
Pero, ¿a quién le importa todo eso si no eres feliz?
¿De qué sirve todo eso si por el camino perdiste tu libertad, lo único que verdaderamente te importaba? ¿Lo único por lo que te levantabas de la cama cada mañana?
Por eso, hoy te voy a contar cómo solté el negocio, qué aprendí, y cómo puedes tomar decisiones como esta sin miedo.
Porque algo está claro.
Por mucho que ciertos coach psicópatas intenten venderte la idea de que soltar algo es fácil, la verdad es que es algo jodidamente complicado.
Y no por lo que la mayoría puede pensar.
No por el dinero que deja de entrar.
No por el miedo a qué dirán.
Y, desde luego, no por no saber qué hacer después.
Soltar cuesta porque te enfrentas a algo mucho más profundo que todo eso.
Te enfrentas a ti mismo.
Mira, recuerdo perfectamente el día que tomé la decisión de soltarlo.
El negocio funcionaba. Facturaba bien. Todo estaba «en su sitio.»
¿Todo?
No, yo no.
Había una incoherencia, que no me dejaba en paz.
Una incongruencia de fondo que cada vez era más difícil de ignorar.
Al principio, hice lo que hacemos todos: lo metí debajo de la alfombra.
“Seguro que es cansancio.”
“Solo necesito tomarme unos días.”
“Esto es temporal, ya pasará.”
Pero no pasó.
Y llegó un momento en el que tuve que mirarla de cara:
Mi negocio ya no me hacía feliz.
Lógicamente, soltar no fue inmediato.
Primero, dejé de ignorar ese desagradable ruido.
Sentía miedo, claro. Miedo a equivocarme. A arrepentirme. A cagarla lo más grande.
Pero en lugar de luchar contra esas emociones, decidí hacer algo distinto:
Decidí aceptarlas.
Eso es jodido para mi. Si eres capricornio, casi seguro que me entiendes.
Pero eso fue clave en mi proceso personal, porque dejar ir no es reprimir lo que sientes, es darte el permiso para sentirlo y liberarlo.
En ese proceso, montones de sentimientos pasaron por dentro de mí.
¿Culpa? Check. ¿Miedo? Check. ¿Rabia? Check. ¿Frustración? Check.
Todo eso y más, pasó por dentro de mí. Y poco a poco, se fue yendo.
Entonces, en ese espacio de luz y claridad, lo vi claro:
No quería seguir.
Pero tampoco quería mandarlo todo a tomar por saco sin más, así que me hice esta pregunta:
«Si suelto este negocio, ¿qué quiero realmente?»
Y la respuesta no fue dinero, ni crecimiento, ni reconocimiento.
La respuesta era libertad.
Libertad para decidir.
Libertad para vivir.
Siempre se trató de libertad.
Porque prefiero mil veces ser vagabundo a vivir en una cárcel de oro.
Durante buena parte de este 2024, me he preparado para soltar el negocio.
Hace meses, definí un plan claro, para exprimir al máximo las ventas y asegurar la atención a todos los clientes.
A su vez, me preocupé de que mi vida no cambiaría financieramente hablando.
Y cuando todo estuvo listo, di el paso.
Que también te digo, fácil no fue.
El ego me gritaba que no lo hiciera, que no soltara algo que funcionaba, que me arrepentiría.
Pero la verdad es que tu ego no tiene ni idea de lo que te hace feliz.
Insisto, tu puto ego no tiene ni idea de lo que te hace feliz.
Ese día, no solamente solté un negocio, sino (y esto es lo más importante) todo lo que me ataba a él.
Y al otro lado encontré espacio para darme cuenta de que mi libertad no estaba en lo que construía o en lo que facturaba.
Estaba en poder decidir.
Solo eres libre cuándo puedes decidir. Y aquí verás cómo hacerlo.
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